jueves, 30 de julio de 2009

Universidad y Políticas Culturales

Universidad y Políticas Culturales

Autor: Saira Hussain



Introducción

La educación y el conocimiento han sido reconocidos en este tiempo como determinantes del desarrollo de las naciones, instrumentos privilegiados de equidad, factores del volumen y la calidad del empleo, y piezas claves en las estrategias de recuperación de la vida local y regional. Sin embargo, los avances de Colombia en este campo no han sido los más notables en el curso de las últimas décadas y se comparan desfavorablemente con los de países en comparable estado de desarrollo. La baja calidad de educación en los distintos niveles y la desarticulación entre éstos; su desencuentro con los sectores productivos y con la proyección de las comunidades; la estrechez del acceso a la educación superior; su incapacidad para desarrollar las habilidades fundamentales que se presuponen en el análisis de sus efectos benéficos, y la incapacidad del sistema educativo de mantener el balance entre calidad y autonomía, son algunos de los principales problemas que pueden enfrentarse a la hora de pensar unas políticas culturales en la educación colombiana.

Esta ponencia intenta lograr una aproximación al problema entre cultura y educación teniendo en cuenta que hoy, más que nunca, es indispensable comprender la crisis de la educación en tanto proceso de la dimensión de la cultura, pues sólo desde ahí podría ser vista como un elemento de transformación de mentalidades y de potenciación de las diversidades.


Se trata de ver también cómo el énfasis puesto en el conocimiento científico, en la cohesión ideológica, en la formación estética, en la inculcación de valores, en el adiestramiento para el trabajo, en la formación para la vida en comunidad, etc., informan sobre las políticas culturales que orientan la organización escolar y la educación en su conjunto. Y a su vez, cómo tales políticas expresan la visión del mundo, del ser humano, de la cotidianidad, de las relaciones sociales y los valores que agencian sus portavoces. Qué se enseña, cómo, cuándo, quién lo enseña, para qué; son ingredientes de la educación que obedecen a una concepción de cultura y al papel que a ella se asigna dentro de la sociedad.

El concepto de cultura

No es posible abordar la educación o los problemas de la educación sin tomar una posición frente a la cultura o a los fenómenos culturales. La educación se realiza desde un conjunto de instituciones o aparatos encargados de la socialización y formación de los individuos, y está ligada directamente a políticas culturales que responden a maneras específicas de entender la cultura. Es necesario explorar las nociones de cultura que han orientado por años los programas de enseñanza y los proyectos pedagógicos de los planes de desarrollo para determinar qué paradigmas políticos enfrentan y qué concepciones o modelos organizan. No obstante, dada la meticulosidad que un trabajo como éstos requeriría, trataré de construir una descripción muy general de al menos dos de las concepciones que históricamente se han utilizado para elaborar estrategias educativas en Colombia. Esta revisión, nos permitirá constatar que de cada una de las concepciones heredadas de la ilustración y el etnocentrismo, hemos adoptado modos de explicar y de hacer cultura.

La cultura de los manuales

En los manuales, la cultura se asume como disciplina y como ciencia. Esto es, como un recetario orientado a saber datos, personajes y corrientes, y del cual debemos dar cuenta en los exámenes. Celebraciones como el “día de la raza”, el “día de la independencia”, actos tan frecuentes en los colegios como “izar la bandera”, son algunas de sus manifestaciones. En cada una de esas expresiones predomina la idea de asociar la cultura con la enseñanza oficial de la historia. Un aprendizaje lineal de fechas y de nombres de virreyes y presidentes, en sucesión monótona y aniquiladora de la riqueza interpretativa y analítica de la historia, da cuenta de un nacionalismo conservador que define la cultura a partir de la autenticidad del origen, o la pureza de las raíces¹.

Ante tal estado de cosas se mira hacia la educación y se pide a los maestros que formen en los estudiantes el amor por la patria, que les inculquen el folklore de nuestro país, que los hagan cantar una y otra vez en los patios el himno nacional, el himno a la bandera, el himno a la región, el himno al colegio, en fin. Hay pues unas raíces, que de acuerdo con esta perspectiva deben recuperarse, raíces que siempre han estado ahí y con las cuales el maestro debe comprometerse. De este modo y a partir de esta relación, se definen espacios y metáforas según las cuales la educación se compromete con la preservación de las raíces.

La cultura de los libros

Más allá del culto a los genios y figurones, hay otra concepción que suele agotar la cultura en el arte y los libros. Una suerte de dilettantismo algunas veces oculto, otras veces muy evidente, es una de las características que más se percibe en los programas y en los módulos de enseñanza. Esta particularidad, tiende a legitimar cierto canon de libros para cierta especificidad de áreas. En las áreas de historia y literatura, por ejemplo, esta tendencia es evidente, quizá por eso resulta tan sospechosa. Libros como “María”, “La Vorágine”, “Cien años de soledad”, “Don Quijote de la Mancha”, “La Odisea”, “El Mío Cid”, “La Celestina”, son textos sagrados del currículum de literatura y por lo tanto, de obligada lectura. Casi todos los que ahora somos universitarios tuvimos que leer al menos tres de esos libros en el bachillerato.



Ello comprueba que desde hace tiempo nos bombardean con módulos cuyos contenidos identifican la cultura con los “grandes libros”, instaurando así en universidades y colegios una práctica de saber acerca de la cultura y que aparentemente nada tiene que ver con nosotros, ni con nuestros intereses, ni con nuestras formas de vida. Pero que obedece a toda una estrategia de poder que nos atrapa y nos impone sus normas.

Las dos concepciones descritas anteriormente deberán ser discutidas a la luz de un análisis actual y minucioso del discurso de la enseñanza en nuestro país, pero creo que son importantes para motivar un análisis sobre el concepto de cultura en los programas de enseñanza.

No es pues lo fundamental el establecimiento de recetas ni mucho menos un problema de definiciones. Por el contrario, la pregunta fundamental es por el momento de gestación de esas formas de saber y poder que nos han sujetado a modelos de cultura, cuyo análisis nos permitirá constatar que así como tuvieron un comienzo también pueden tener un final, y que así como un punto de partida fue desarrollándose hasta convertirse en paradigma de enseñanza y manera de pensar la cultura, también podemos retomar el origen para embarcarnos en un nuevo modo de pensamiento y acción que nos permita otra manera de estar en el mundo y de proceder en el discurso.

Se trata de hacer una primera incursión en este campo para delinear los elementos fundamentales de un proyecto de largo aliento que promueva nuevas formas de interrogación sobre la cultura y las inscriba en una nueva manera de ver.


La cultura: una estrategia de poder

Con Foucault podemos decir que el individuo siempre ha estado sujetado por diversas formas de saber y poder desde donde se le anticipa una condición de sujeto y se le monta todo un dispositivo que desde la “la verdad” o desde la “normalidad” pretenden instaurar una legitimidad epistemológica y una mirada panóptica que declara lo que se puede y lo que no se puede en una formación social dada.



Sus trabajos sobre la arqueología del saber develaron la génesis de estas formas de saber y mostraron los paradigmas desde los cuales se monta todo este aparato discursivo que revela, esconde, disimula o normatiza en un poderoso proceso de reiteraciones, rupturas o positividades que amarran a determinados esquemas verbales que a su vez son expresión de prácticas de saber, de enseñanza, de información, que permiten identificar formaciones discursivas, institucionales y sujetos inscritos en esas mismas prácticas y determinados por esos mismos dispositivos.

Para el caso de la cultura, la aplicación de esta arqueología del saber nos permite ver cómo desde el Estado se promueven nociones de cultura homogenizantes y cómo éstas a su vez, se apropian del sujeto, de los procesos de enseñanza o de las instituciones. A continuación, desarrollaré este punto para observar cómo el educador y el estudiante, la institución y la sociedad atrapadas en esta red de relaciones que niegan la dinámica cultural, convierten la enseñanza en el espacio menos indicado para asumir seria y autocríticamente el problema de la cultura.


Las políticas del Estado para la educación y la cultura

Las políticas educativas establecidas desde el Ministerio de Educación son un ejemplo muy claro de ese “saber pedagógico”. En Colombia los programas de gobierno destinan a la acción cultural un espacio irrisorio, aparecen como capítulo de las políticas educativas pero sin integrarse a ellas. La programación, ejecución y financiación de los proyectos culturales han estado destinados a instancias tan marginales como desarticuladas unas de otras. El fomento de la ciencia, el deporte y la actividad artística es diseñado e implementado por parte de institutos descentralizados que poco tienen en común entre ellos; al margen de los planes del Ministerio de Educación del cual hacen parte y distantes de los planes de desarrollo.



Como diría Germán Toro “se ha privilegiado como componente cultural de las políticas educativas, el rescate y conservación del llamado patrimonio cultural, mientras la promoción y el estímulo a la libertad de creación popular, que conllevan al enriquecimiento de ese patrimonio, poco o ningún interés suscita”. De igual manera el carácter popular en algunas expresiones, su contribución a la creación de una tradición cultural nacional, la relación con la cultura universal, la articulación de lo regional y lo nacional, son asuntos poco tratados como políticas de Estado. La escasa preparación del país en los niveles estatal, industrial, universitario para entender y/o asimilar los nuevos desarrollos científicos y tecnológicos, no conmueven aún las esferas de decisión política.

Los planes globales implementados desde allí, pues, expresan un saber pedagógico que bajo el supuesto de mejorar la calidad de la educación obedecen más a atender las políticas que los organismos internacionales impulsan, o al voluntarismo de funcionarios que interesados en dejar a su paso realizaciones concretas, imponen reformas copiadas de otras realidades o surgidas de la intención de cambiar sin definir previamente el por qué y el para qué.

En la educación, esta situación atrapa a las instituciones proyectando el interés de adecuar el sistema educativo a las demandas del mercado laboral, pero no en función de que el desarrollo económico sea origen de bienestar social.


Por una nueva concepción de cultura

Ante el panorama nada alentador que se ha descrito, quiero plantear una concepción de cultura desarrollada por el filósofo Silvio Sánchez Fajardo en discusiones agitadas sobre la educación como un proyecto en la cultura y la docencia.

La comprensión que hace el filósofo colombiano sobre la cultura es la siguiente: “la cultura es la dimensión social que, junto a lo económico y lo político, construye los ethos, las éticas y las estéticas para que el ser humano se reafirme como acción en libertad. La cultura es la realidad social estructurada para actos de conocer, intuir, representar y además tiene como finalidad, la construcción de lo imaginario, de los lenguajes, para el orgullo de ser en la conciencia colectiva”.

De esta propuesta para una comprensión distinta de lo que es la cultura, se puede, me parece, pensar la escena educativa de hoy.

No se pretende una recuperación de orígenes sino la puesta en escena de la necesidad de nuevos conceptos en la incesante búsqueda del ser del hombre. Es más una acción comunicativa y pone en su justa mediación el uso de técnicas, de instrumentos y estrategias. Es igualmente la realización práctica de políticas culturales que se animan desde el Estado, desde lo público, desde lo privado y la cotidianidad. Pero que permiten entender el entramado social, a partir de las acciones que devienen históricas en la movilidad de lo imaginario y simbólico, en los niveles éticos y estéticos de la cultura.

Por ello, teniendo en cuenta esta concepción, intentaré delimitar los presupuestos básicos que deberían ser tenidos en cuenta para un posible proyecto pedagógico.


La construcción de un proyecto

El papel que la cultura puede cumplir en la transformación de la educación en Colombia, es probablemente la pregunta sobre la cual convendría enfocar la estrategia educativa de este nuevo milenio. Pues como bien lo dice Jesús Martín Barbero: “en el espacio de la cultura se halla una de las vetas claves del desbloqueo de los proyectos de transformación social”.



Formular una estrategia que permita articular las propuestas de reforma del sector educativo con el conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de obtener un consenso para la transformación progresiva de los contenidos de la enseñanza, la definición de las condiciones de su transmisión y la introducción de nuevos saberes impuestos por los avances del conocimiento y de los cambios económicos, técnicos y sociales, exigiría constituir directrices explícitas para la formulación de los nuevos modelos.

Por ello, para finalizar este análisis, he querido desarrollar un derrotero de propuestas que de manera muy general, indique qué nociones se podrían manejar y qué acciones podrían llevarse a cabo para la configuración de un proyecto de tal magnitud. Sin embargo, en el fondo de estas disposiciones, lo que sugiero es una reforma democrática de la educación y la enseñanza, gestada con una amplia participación de los actores principales del proceso educativo:

1. La reflexión entorno a qué concepciones orientan la actividad pedagógica del país, qué saberes deben tener cabida en la escuela, qué valores formar, debe ser articulada con las necesidades individuales y colectivas de la comunidad y el entorno escolar: cómo acercar la vida escolar a la vida del barrio o vereda, a la vida familiar; qué interrelación o integración establecer entre los medios masivos de comunicación, las industrias culturales y la educación; cómo establecer nexos entre la educación formal y la no formal.

2. La coyuntura actual nos proyecta hacia una pedagogía para la paz y la democracia como perspectiva de acción por un mundo moderno con sentido humano. Esa pedagogía sugiere la escuela y su entorno como un espacio por excelencia para la expresión y confrontación de las diferentes manifestaciones culturales locales y regionales, y como la institución que potencia los proyectos alternativos, mediante la expansión de lo local y su encuentro con los desarrollos culturales de otras poblaciones y sociedades. Esto es, en palabras de Germán Toro: “lo propio para comprender lo ajeno y proyectarse hacia lo más genérico universal”.

3. Convendría no enfocar la estrategia educativa del próximo plan de desarrollo como una estrategia sectorial. La educación debe ser un propósito del Estado, del sector privado y las organizaciones sociales de forma que cada una cumpla funciones educativas genéricamente definidas.

4. Uno de los propósitos fundamentales de los inmensos esfuerzos que el país requiere hacer en educación es el de asegurar una equidad efectiva en el mediano y en el largo plazo. La equidad es un propósito de primer orden que debe ser objeto de una política cultural del plan de desarrollo y la educación es quizá el principal instrumento con que cuenta.

5. El crecimiento no se puede considerar como un fin en sí mismo, sino como un medio para mejorar los niveles de vida, en particular de los sectores que tradicionalmente han sido excluidos de los medios de apropiación de los capitales culturales.

6. Es necesario comprender que la cultura no se reduce a describir la suma de los hábitos o las costumbres, y en esa medida, reconocer que la cultura impregna todas las prácticas sociales y que por lo tanto debe ser vista en relación con los procesos, las estructuras y las instituciones.

7. Ante el predominio de unas políticas culturales estratégicas y algorítmicas, es necesario comprender que ya no hay una sola gramática para leer lo que pasa, y que es justo por lo tanto, establecer una ruta clara hacia una formación con sentido que coloque a las ciencias, las tecnologías y los saberes a favor de la vida.



8. Para elaborar una reflexión sobre los contenidos de la enseñanza, deben tenerse en cuenta aquellas desigualdades socialmente condicionadas de las competencias culturales. Las instituciones educativas no pueden seguir actuando bajo los mecanismos objetivos de la difusión cultural, para que reafirmen y consagren con sus sanciones – como diría Bourdieu – desigualdades que siendo sociales son tratadas como naturales.

9. La nuestra es una cultura sin debate que dice si y asiente porque no tiene nada en contrario que decir. Por esa razón, las políticas culturales deberán formarse en el conflicto y en el debate para hacer de la educación una trinchera, no sometida a esa dialéctica del triunfo o de la muerte, que nos hace una sociedad atomizada y dispersa, violenta y competitiva, opuesta a la tolerancia y al reconocimiento del otro.²

10. Incidir mediante políticas culturales en el terreno de la educación requerirá identificar los circuitos³ que inciden en el diseño de políticas culturales, para determinar las necesidades de acción de cada política, y de tal manera intervenir en cada tipo de circuito. Las propuestas de José Joaquín Brunner, han hecho un aporte valioso para incidir mediante políticas en el terreno de la cultura, identificando los modos concretos de operación de los agentes y las instancias organizativas que componen el campo cultural.


Notas
¹ BARBERO, Jesús Martín. “Pretextos”. Ediciones Universidad del Valle, 1995.
² MARTÍNEZ, Alberto. ”Escuela para el aprendizaje o enseñanza para el pensamiento”. Educación y Cultura Nº13. Fecode. Santa fe de Bogotá. Dic. 1987.
³ GARCÍA CANCLINI, Néstor. “Políticas culturales en América Latina”. Editorial Grijalbo, México, 1987.


Artículo original en: http://eldiariodesaira.blogspot.com/2007/05/universidad-y-polticas-culturales.html
Por: Saira Hussain, musulmana, nacida en Cali, Colombia; vive actualmente en España.

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