jueves, 26 de mayo de 2011

El Día de la Arepa

El Día de la Arepa


Autor: Sherezada

“Las personas que tenemos la fortuna de tener nuestras necesidades básicas satisfechas
nos hemos vuelto cada vez más insatisfechas.”
Dra. Pilar Sordo.

El día de la arepa era aquel en donde la abuela de uno se levantaba y decía: se acabó la harina de maíz. Entonces uno sentía un escalofrío e invariablemente intentaba huir sin éxito. Luego de la evasión infructuosa empezaba el reparto de tareas. Eso no era ninguna democracia, nadie ha elegido popularmente a mi abuelita para mandar, simplemente lo que ella dice se hace y punto. Sin embargo, las tareas estaban más o menos designadas de antemano por edades, así que lo siguiente que uno sabía era que estaba en los bajos frente a una máquina de moler junto a un bulto (si ese día el destino le sonreía a uno, era medio) de mazorcas.Y entonces empezaba oficialmente el día de la arepa. 

Lo único que una pensaba al poner las manos sobre la manija de la máquina era: “siempre hay alguien que está peor,” y para darse ánimo una miraba a la hermana/prima/tía menor que se encontraba sentada en una butaca con una caja para los ameros a la izquierda, una olla para el maíz al frente y el bulto de mazorcas a la derecha. En ese momento se conocía el valor del trabajo en equipo: de la velocidad de desgrane de la compañera dependía que uno acabara de moler rápido.

Los primeros diez minutos de la monótona tarea transcurrían en total calma y tranquilidad. Luego arremetía un ataque frenético en el que una intentaba darle más vueltas al molino de las que un brazo humano puede soportar. Después sobrevenía la desesperanza: simplemente el nivel de granos no disminuía a pesar de lo que se hiciera. Lágrimas desesperadas empezaban a escurrir, pero una veía a la hermanita ya con el dedo gordo llagado de arrancar maíces, intentando técnicas de desgrane rápido, y se volvía al estado de calma inicial.

Lo malo era que después de cuatro ciclos, una ya estaba entrando en depresión, entonces hacía lo único que se puede hacer cuando se tiene la espalda inclinada 45 grados, una pierna adelante y otra atrás y las dos manos aferradas con cuerpo, corazón y vida a una manija de moler: salvar al mundo.

La imaginación empezaba a trabajar y uno ascendía montañas, salvaba princesas, mataba dragones y políticos por igual, viajaba a Francia, Inglaterra, Rusia, Portugal, Ibagué, Cali, Medellín, desataba entuertos y ayudaba débiles, todo en dos o tres vueltas de máquina. Pero como el tiempo virtual corre más rápido que el real, uno hacia todo eso y no llevaba ni medio bulto. Ese era un punto neurálgico del día, justo ahí se tenía que tomar la decisión de salvar ese abismo que representa el resquemor fraternal e incluir a la hermanita en las aventuras, así que cuando mi abuelita bajaba a supervisar nos encontraba entretenidas. Pero aun entre dos las cosas tendían a atascarse, cuando se estaba en ese punto uno silbaba.

Era un silbido que salía del corazón y hacía un llamado a la amistad, uno o dos amigos que hubieran recibido el mensaje llegaban a participar de la emocionante aventura de desgranar y moler, de este modo se creaba una cadena de producción fraternal y amistosa que promovía la imaginación. 

Después de todo el trance, mi abuelita nos llamaba a comer (con amigos incluidos) y nos servía sendas arepas cubiertas con natas de leche y rellenas de queso, hechas obviamente, con el maíz que tanta lágrima y sudor nos había costado. Con las manos temblorosas de tanto moler, una se acercaba esa arepa a la boca, el primer mordisco tenía el sabor de la gloria y la labor cumplida. 

Es de las mejores cosas que he probado en mi vida.

Hace poco me dio por hacer arepas. Lo primero que noté era que el tarro de la harina estaba vacío y por puro reflejo tuve un estremecimiento de terror, pero recordé que ahora el asunto de las arepas es tan fácil como tener el dinero para comprar harina de maíz o traerlas hechas…

¿Será que en verdad es así de fácil? 

Mientras compraba la harina recordé cómo se hacía antes y me gustó el recuerdo, porque desde niña me enseñaron a apreciar lo que uno hace. También pensé en la gran cantidad de personas para las que ir a la tienda y comprar una libra de algo no resulta tan fácil, pensé en mis padres y abuelos que conocieron las labores pesadas y ahora gozan de comodidades gracias a su esfuerzo y trabajo duro, pensé en mis primos que aún siguen en el pueblo cosechando café o en los otros que se enlistaron en la guerrilla (¿o los reclutaron?), pensé en los miles de colombianos que todavía no se han recuperado de la pasada ola invernal. Pensé, pensé y pensé.

También vi a mis primos quienes no saben diferenciar una olla exprés de una sartén y para quienes la vida sin Internet no tiene sentido, que los más grave que les ha pasado es tener que viajar a un lugar donde no llega Fox o HBO, y entonces contemplando todo esto, recordé la conferencia de la doctora Pilar Sordo, “catorce diferencias entre hombres y mujeres,” donde dice que la gran desgracia de nuestros jóvenes es ser una “Generación Merengue,” porque lo tienen todo pero no les hemos enseñado a apreciarlo.

El detalle no está en negarnos los avances que nos han permitido tener una vida más tranquila, sino en saber apreciar que todos ellos han sido fruto del esfuerzo de la humanidad, y que dicho esfuerzo todavía no acaba, que el mundo no está terminado y que faltan muchas cosas por hacer, entre ellas, construir una humanidad. 

En el video de la Dra. Pilar Sordo ella contaba que uno de los ejercicios que proponía a sus pacientes depresivos era sentarse a escribir las cosas buenas del día. Uno de sus pacientes le llegó una semana después con una decena de libretas donde escribió cada cosa buena que le había sucedido: el olor del pan tostado, la deliciosa agua caliente del baño, el placer de un almuerzo sano, el calor del sol sobre la piel, el aleteo de un pájaro cerca a la ventana, la risa de su secretaria, en fin, un montón de hechos que para nosotros son normales y que constituyen el milagro de la vida pero que casi siempre olvidamos, en parte porque se volvieron normales, porque la humanidad olvidó que la Madre Tierra no es nuestro derecho, no es algo que nos hemos ganado, es un préstamo de Dios, es el favor con el que nos agracia cada día.

Hemos olvidado reconocer los milagros, esperamos los grandes acontecimientos y no vemos los hermosos detalles. Cada uno de nosotros es bendecido cada mañana por el simple hecho de poder disfrutar un nuevo día, porque no está saliendo el sol por el poniente , porque Dios nos brinda una nueva oportunidad para arrepentirnos y obrar bien, pero en lugar de disfrutar de cada segundo y vivir la vida de modo Sunnah: ayudando a los demás, haciendo Diker, afianzando el Tawhid, y cumpliendo con nuestras obligaciones como musulmanes, tomamos la opción de quejarnos porque creemos que no tenemos todo lo que necesitamos para ser felices.

En los hadices podemos leer ejemplos de cuando los sahabas, y hasta el mismo Profeta (ByP), sufrieron hambre, dormían en camas duras o sobre el suelo, donde el regalo de una manta era una cosa muy preciada y aun así temían poseer demasiado:

Ibrahîm Ibnu ‘Abd Ar Rahmân Ibnu ‘Auf (RA) dijo: “Le fue enviada comida a ‘Abd Ar Rahmân Ibnu ‘Auf (RA) que estaba ayunando, y dijo: ‘Fue muerto Mus’ab Ibnu ‘Umair (RA), y era mejor que yo, no se le encontró nada que poseyera con qué amortajarlo, excepto un manto con el que si se le cubría la cabeza se le veían los pies, y si se le cubrían los pies se le veía la cabeza. Por cierto que se nos ha dado en esta vida con magnanimidad, y tememos que se nos haya dado en este mundo toda la re-compensa de nuestras buenas obras y no nos quede nada para la otra vida’. Entonces comenzó a llorar y dejó de lado la comida.” [Al-Bujâri]

Muhammad Ibnu Sirin narró que Abû Huraîrah (RA) dijo: “Un día llegué a la mezquita y me arrastré casi desmayado desde el mimbar del Enviado de Allah (SAWS) hasta la casa de ‘Âishah (RA). Llegó un hombre y me puso el pie sobre mi cuello (para hacerme reaccionar) creyendo que me había vuelto loco, pero lo cierto es que sólo estaba hambriento.” [Al-Bujâri]

Anas (RA) dijo: “El Profeta (SAWS) empeñó su cota de malla por una cantidad equivalente a su precio en cebada. Cuando lo ayudé a llevar el pan de cebada con grasa derretida, le oí decir: ‘No ha quedado para el día siguiente para la familia de Muhammad ni siquiera un palmo.’ Y eran nueve hogares.” [Al-Bujâri, At-Tirmidhî y An-Nasâ’i]

Abû Huraîrah (RA) dijo: “He visto setenta hombres de la gente de As Suffah, ninguno de ellos tenía un manto suficientemente grande como para cubrirse la parte superior del cuerpo. Sólo poseían una vestimenta que anudaban a sus cuellos, y a unos les llegaba a la mitad de la pierna y a otros hasta los tobillos. Lo estiraban con las manos temiendo que se descubriera su desnudez.” [Al-Bujâri]

‘Âishah (RA) dijo: “La cama del Enviado de Allah (SAWS) consistía en una piel curtida rellena con fibras de palmera.” [Al-Bujâri]

Ibnu ‘Abbâs (RA) dijo: “El Enviado de Allah (SAWS) solía dormir noches seguidas con el estómago vacío y su familia no tenía nada para cenar. El pan que solían comer era de cebada.” [At-Tirmidhî]

Creo que todos debemos hacer un esfuerzo por ver los milagros con los que Allah nos bendice, por recordar que si podemos disfrutar de una arepa es porque alguien sembró, cosechó y molió el maíz, por ver la maravillosa vida que se abre delante nuestro cada día. Conozco quienes eligieron quejarse por lo que les hace falta, también conozco a aquellos que disfrutan lo que tienen y le agradecen a Dios cada hálito de vida.

Para escribir este artículo hice el ejercicio de buscar un molino, pero me di cuenta que casi no los venden, que ahora son eléctricos, que ya no tengo tiempo de moler ni espacio para la molienda. La vida moderna no permite ciertas actividades. Pero cuando como una arepita con mantequilla, cuando me compró una libra de harina de maíz, recuerdo cómo se muele, cómo se disfruta, cómo se hacen amigos… y ante todo, recuerdo que mi niñez, que la bendición de poder comer, que el milagro de la vida, provienen de Dios, de nadie más.


Se les recomienda a los amables lectores y queridas lectoras que vean el video de la Dra. Pilar Sordo: “Catorce diferencias entre hombres y mujeres,” disponible en el siguiente enlace: http://mensajesenlaruta.blogspot.com/2011/03/hombres-y-mujeres-somos-diferentes.html.

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