lunes, 7 de septiembre de 2009

La Nueva Derecha Frente al Islam | Romper con la Civilización Occidental

La Nueva Derecha Frente al Islam

por Said Abdunur Pedraza.

Como anoté en un artículo anterior (La Religión de los Derechos Humanos) Faye, enemigo declarado del Islam, ha sido un duro crítico de los derechos humanos y del imperialismo cultural y económico impuesto por Estados Unidos bajo la máscara de la “globalización de la libertad”. Y en esa crítica, durante los años 1980 vio en el Islam “la más feliz contestación jamás infligida a la utopía civilizadora del modelo americano”. El cambio radical de su postura en los albores del tercer milenio, cuando decidió enfocar su fanatismo en contra de la expansión islámica en Europa, es parte de la mentalidad de los teóricos de la “nueva derecha” europea. Una generación de intelectuales que reclaman la recuperación de lo que parece saberse sobre las religiones paganas y la cultura ancestral de las naciones europeas, la conformación de un ejército europeo fuertemente armado (al estilo israelí), y la homogeneización cultural y étnica de cada país europeo para fortalecer la unidad nacional de los pueblos europeos, como premisas indispensables a fin de darle a Europa de nuevo el protagonismo que, según ellos, tiene históricamente merecido. Para la “nueva derecha” europea, el igualitarismo de la visión liberal burguesa creadora del estado–nación y del capitalismo y el socialismo por igual, y la colonización cultural angloamericana, son los dos principales problemas que impiden a Europa mantener su identidad y su posición preponderante en la historia (es el resurgimiento del Volksgeist de Fichte y Herder, que nuevamente se enfrenta al “contrato social” de Rousseau; los derechos del pueblo vs. los derechos del hombre). Sin embargo, esta nueva derecha cae en la misma trampa en la que caen los teóricos y ensayistas que pretenden desentrañar la cuestión del desarrollo de un identitario colectivo latinoamericano, basándose en la visión eurocentrista y la metodología establecida por Hegel en su “historia universal”. Al tratar de rechazar al invasor colonialista, se intenta asumir su papel o tomar su posición, y al hacerlo se validan sus ideales y por tanto, se legitima su colonización (más al respecto en mi ensayo Incompatibilidades Fundamentales entre Nacionalismo y Pacifismo).

La nueva postura de Faye es entendible. Él primero se centró en el rechazo a occidente, en el entendido de que para la “nueva derecha” occidente no es lo mismo que Europa, sino de hecho es la antítesis de Europa. Así lo aclara Claudio Finzi en su artículo de 1994, Europa y Occidente: dos conceptos antagónicos (publicado en la revista Identidad #17), donde explica que el término “occidente” fue acuñado por los políticos estadounidenses del siglo XIX para definir un meridiano que separara a Europa de la América anglosajona y su patio trasero (recordemos la doctrina Monroe, “América para los americanos”, que se tradujo en “fuera europeos de Latinoamérica y el Caribe, que a esos sólo los explotamos y esclavizamos los gringos a nuestras anchas”). El rechazo de Faye a occidente lo llevó a admirar todo lo que se opusiera a la globalización de la cultura angloamericana, y en particular, a admirar al Islam como el bloque humano y político que hacía (y hace) la más férrea y efectiva resistencia contra la occidentalización. Faye debió revisar esta postura ante la migración masiva de musulmanes desde Turquía, Oriente Próximo y el norte de África hacia Europa, con lo que aquel posible aliado en la lucha contra Estados Unidos se le convirtió a la “nueva derecha” en un nuevo colonizador, un nuevo enemigo. La migración de musulmanes a Europa comenzó en los años 1950, pero fue con la caída de las torres gemelas en el famoso 9/11 de 2001, que se dieron tres hechos que hicieron que Faye y otros como él, pasaran de elogiar al Islam, a repudiarlo y atacarlo de forma virulenta, con cuanta falsedad, tergiversación y argumento eurocentrista les es posible:
  1. La “guerra antiterrorista” que desató Estados Unidos contra el Islam tomando como excusa el ataque del 9/11, desencadenó una oleada masiva de migración desde los países atacados (Afganistán e Irak) y otros países de Oriente Próximo hacia Europa, que se vio reforzada con una nueva migración desde Líbano gracias a los ataques israelíes, y desde el norte de África gracias a las guerras intestinas que surgieron como consecuencia del colonialismo europeo del siglo XIX y de la subsiguiente intervención norteamericana en África durante el siglo XX.

  2. El ataque del 9/11 y su enorme difusión mediática despertó la curiosidad de miles de personas, principalmente jóvenes europeos y estadounidenses, que quisieron conocer más sobre el Islam y por qué estaba siendo satanizado con tanto ardor (al respecto, véase mi artículo Romper Esquemas). Esto ha redundado en la conversión acelerada de población nativa europea y estadounidense al Islam, incluso a una práctica más estricta del Islam que la que tienen muchos inmigrantes (al respecto, véase la nota Casi una de cada cuatro personas es musulmana).

  3. Los dos puntos anteriores hicieron que los europeos por primera vez prestaran atención a los viejos inmigrantes musulmanes, que ya habían dejado descendencia nacional europea pero de origen étnico y cultural árabe y africano, principalmente.

Para los que quieren enterrar en el olvido el hecho de que sin el Islam no habría existido Ilustración, y que Europa en su desarrollo intelectual, político, tecnológico y económico le debe tanto o más al Islam que a Grecia (en especial España y Portugal, véase el artículo El Renacimiento Empieza en Córdoba), resulta preferible retroceder milenios en su desarrollo histórico a permitir que el Islam siga creciendo en la forma explosiva que lo está haciendo en su territorio. Y cuando digo retroceder milenios, me refiero a que dos de sus principios son:
  1. Rechazar el cristianismo, que ha sido la bandera de la expansión cultural y económica europea desde que el emperador romano Constantino decidió reunificar a Roma alrededor de la versión helena del mismo, fundada en Macedonia por Pablo de Tarso (con la consecuente persecución y aniquilación de todas las demás sectas cristianas, en su mayoría judías. Al respecto véase el artículo Breve historia de la Navidad). Cristianismo grecorromano que siglos después, con la reforma alemana, se convertiría en estandarte de la recuperación de la identidad de los pueblos europeos en rechazo a la universalización católica y a la figura unificadora y homogeneizante del Papa.

  2. Recuperar tradiciones y costumbres de los pueblos que ellos mismos (europeos) han llamado bárbaros por siglos (celtas, bretones, germanos, etc). Por supuesto, su propuesta es la de un paganismo laico: cualquier retorno del hombre a su espiritualidad les escoce, por lo que su propuesta es filosófica, no religiosa.




Faye y sus amigos de la “nueva derecha” muestran una postura que, aunque se llame tan anticapitalista como antisocialista, tan pagana como atea, no es más que otra línea del pensamiento ilustrado, de las ideas burguesas que triunfaron en la Revolución Francesa. No es, por tanto, la tercera vía de la que tanto se habla pero que no ha dejado de ser una quimera. Una tercera vía que, en cambio, sí constituye el Islam como ideología y como forma de vida (al respecto, véanse los artículos Leyendo la economía de Rodolfo Llinás y La Crisis del Sistema Financiero: El Islam es la Alternativa). Y esto es lo que asusta a Faye y demás fanáticos anti Islam: recuperar la historia significa recordar que la mera aplicación del Corán fue lo que hizo que unas cuantas tribus sin civilización y sin mayor cultura, se transformaran en el primer estado en la historia de Arabia, que a su vez se constituyó en la civilización más grande tanto en extensión como en desarrollo tecnológico que jamás hubiera visto el hombre, y cuya influencia en la arquitectura, las costumbres y las lenguas de España, Portugal, y de todos los territorios donde se extendió, sigue viva (al respecto véase el artículo Sir Bernard Shaw, un escritor cristiano socialista ateo que coqueteaba con el Islam). Quien indague sobre la increíble velocidad de este fenómeno (menos de un siglo) y la perdurabilidad hasta nuestros días de los principios que lo generaron, seguramente sentirá una profunda curiosidad por saber cómo el contenido de un solo libro pudo definir una organización social, cultural, económica y política que había sido imposible de lograr por milenios en Oriente Próximo. Organización que en tiempo muy breve, pasó del analfabetismo a estar en capacidad de absorber y mejorar los conocimientos de Grecia, Persia e India, sin lo cual Europa (que había rechazado dichos conocimientos por considerarlos herejes) habría perdido su conexión con la Grecia y la Roma que tanto ha anhelado emular desde que las volvió a conocer gracias al trabajo de los traductores de Toledo (equipos de judíos, cristianos y musulmanes trabajando hombro a hombro), que llevaron al latín lo que había sido traducido al árabe (y que, por tanto, llevaba ya su carga de cosmovisión islámica: Europa ha visto a Grecia y a Roma a través del prima del Islam).



La “nueva derecha” europea debe, entonces, negar la influencia islámica en Europa, pero va más allá, rechaza la influencia cristiana y busca rescatar unos orígenes ya enterrados por los romanos hace más de dos milenios, y negados y borrados de la historia de forma sistemática por la Iglesia Católica y posteriormente por las iglesias de la Reforma, en un proceso de más de mil quinientos años. Cualquier conocimiento que se tiene hoy sobre las ideologías, religiones y cosmovisiones de las antiguas poblaciones europeas (antes de la expansión romana) es tan parcial y fragmentado, como incomprensible por la visión que tenemos hoy del mundo y del pasado. Quienes dicen practicar alguna de las antiguas religiones paganas (neopaganismo), adoptan en realidad unos ideales y rituales más creados por la especulación y las filosofías New Age, que reconstruidos por la antropología y la historia, amén de que desconocen, niegan, o simplemente hacen a un lado las prácticas rituales sanguinarias de estas religiones, lo que es sintomático de quien dice adoptar una forma de vida, pero en realidad sólo toma de ella algunos elementos simbólicos y anecdóticos, y los incorpora a su forma de vida occidental (por ejemplo, a los practicantes de la "wicca" se les olvida que los sacrificios humanos eran rituales centrales y fundamentales de las prácticas de los druidas y de otras religiones celtas y nórdicas).

Como sea, el ataque que estos fanáticos europeos hacen contra el Islam es sólo una muestra de su absoluta ignorancia e incomprensión sobre qué es el Islam. Por un lado, lo ven como una fuerza política, que antaño se les antojó como posible aliado contra Estados Unidos y su globalización cultural y económica. Pero, desconociendo lo que es el Islam en su aspecto político, se limitan a ver lo que son los estado–nación que ellos llaman “musulmanes”, y descubren un avispero infernal de posiciones políticas de toda laya. Afirma Enrique Ripoll en su artículo Europa: ni USA ni Islam:

“En cuanto al Islam, es difícil, por no decir falso, referirse a éste como una unidad, o pensar que un único y compacto bloque árabe–islámico pueda actuar en la escena política internacional. Aparte de la tradicional división entre sunitas y chiitas, en el recorrido que nos lleva de Marruecos a Indonesia nos podemos encontrar con realidades político–culturales absolutamente diferenciadas e incluso enfrentadas: desde los alauitas de Marruecos y del ejército sirio a los wahhabitas de Arabia Saudita, desde regímenes religiosos como el del chiíta Irán –que apoya la lucha de la minoría chiíta del sur de Irak contra Sadam Hussein– hasta el régimen difícil de catalogar del coronel Gadafi en Libia, donde se ha pasado de un entusiasta panarabismo a un desconcertante panafricanismo, después de sus varios fracasos a la hora de liderar una unidad del Magreb árabe; siguiendo por el laico régimen egipcio hasta los dos países herederos del socialismo nacionalista y panárabe de Nasser, gobernados por un mismo partido, el Baas, pero por dos facciones diferentes y mortalmente enemigas entre sí: Siria e Irak, por no seguir con los talibán –o lo que quede de ellos– en Afganistán, las corruptas democracias petrolíferas del Golfo, el integrismo de inspiración saudita de Pakistán, los guerrilleros chechenos o el Frente Moro de Liberación de Filipinas, realmente ¿de quién de ellos esperan ayuda y apoyo los europeos que ven en el Islam un potencial aliado en su proyecto de construcción nacional? Esta pregunta parece tener respuestas cambiantes según los acontecimientos de la política internacional van variando: en un momento pareció el Irán de Jomeini, luego la Libia de Gadafi, más tarde el Irak de Hussein y, lo más lamentable de todo, hoy incluso hay quien se ha atrevido a señalar a Bin Laden y su banda de forajidos internacionales para cumplir este papel.”



Desconocen, por supuesto, que no existe hoy un solo país que pueda llamarse musulmán, pues ninguno está regido estrictamente por la ley coránica. Desconocen que no se puede empaquetar en el mismo saco a los chiítas, sufíes y miembros de otras religiones y sectas con los musulmanes. Desconocen, claro, que Jomeini, Gadafi, Hussein y Bin Laden son todos, en diversas formas, frutos de lo que la colonización europea y la posterior intervención estadounidense han sembrado en los últimos 150 años. Y desconocen también, que el concepto de estado–nación, que fue fundado por el ideario liberal burgués, no existe en el Islam, y que por tanto, una cosa son los políticos corruptos y sus maquinaciones personales, y otra cosa lo que vivimos los musulmanes (alrededor de 1.500 millones en el mundo, según la nota Casi una de cada cuatro personas es musulmana) quienes no tenemos nacionalidad ni bandera distinta al Islam, y que, por tanto, somos hermanos de forma totalmente independiente a nuestro lugar de origen, etnia, género, capacidad intelectual, posición económica, lengua o diferencias culturales: una sola creencia, una unidad en los ritos y en la fe, pero también, un mismo libro que dicta desde cómo llevar una vida sana, cómo conformar una familia, cómo desempeñarse en la sociedad y el trabajo, hasta cómo construir una civilización en la que todos sus miembros tengan las mismas posibilidades reales de llevar una vida digna, como ya ocurrió en Bagdad y en Córdoba, por nombrar sólo los dos ejemplos más reconocidos por la historia occidental. Este desconocimiento los lleva a proclamar la creación de un gran ejército europeo que haga frente al invasor (tanto al yankee como al musulmán), lo que será un esfuerzo inútil pues, a diferencia de lo que venden a diario los medios de comunicación, el Islam no se expande por la espada ni por las tácticas terroristas (el suicidio y el matar personas inocentes, población civil no combatiente, es un pecado grave, no importa la causa por la que se lleven a cabo tales abominaciones; en el Islam la violencia es el último recurso y se emplea sólo como defensa, dentro de un marco normativo estricto, similar y mejor aún que el Derecho Internacional Humanitario, marco que está establecido en el Corán. Más al respecto en los artículos El Islam y el Derecho Internacional e Islam y Terrorismo).



No digo que el Islam como vivencia sea homogéneo, claras diferencias culturales hay entre musulmanes de diferentes regiones del globo. Pero como sistema socio-económico-político-religioso es uno solo, contenido en el Corán y la Sunna (a sabiendas que la segunda no es más que la forma como el Profeta –Paz y Bendiciones de Dios sean con él– aplicó el primero), y como tal, no admite mezclas con el capitalismo o el socialismo, pues tiene su propia forma de manejar la economía y las finanzas, y ese es el principal dolor de cabeza de los grandes empresarios: el Islam no admite la usura, que es la base del sistema financiero mundial actual, y sin la cual los bancos dejarían de existir (véase el artículo La Falacia de la "Banca Islámica"). Un sistema así es demasiado peligroso para el statu quo imperante. Mientras el Islam siga siendo sólo la forma de vida de millones de personas sometidas por regímenes no-islámicos, no habrá mayor problema. Pero en la medida en que ha sido imposible occidentalizar (angloamericanizar) a la mayoría de las comunidades musulmanas, hay un grave riesgo de que un día una o varias se organicen en un régimen auténticamente islámico. Si eso ocurre, existe el peligro de que otros vean lo bien que funciona el Islam cuando se aplica de lleno, y eso les asusta, como les asustó a los dirigentes de Meca ver que en Medina el Profeta –PyB– había construido de la nada una ciudad próspera que en poco tiempo ya competía con ellos en lo económico y lo social, sólo con aplicar el Corán. Por eso le declararon la guerra, como hoy le han declarado la guerra al Islam. Pero en aquel entonces, Dios permitió que el Islam triunfara y se desbordara rápidamente por tres continentes. Los musulmanes confiamos en que esta vez, el mundo pueda ver de nuevo esa luz que, mientras Europa se hundía en el oscurantismo, le daba el Islam a la humanidad, inchAl–Lah.

En el siguiente enlace, publico el artículo de 1980 “Romper con la Civilización Occidental”, por Guillaume Faye, traducción tomada de http://es.geocities.com/sucellus23/1019-es.htm.

Romper con la Civilización Occidental

por Guillaume Faye

"Esta Europa que, en una incalculable ceguera, se encuentra siempre a punto de apuñalarse, yace aprisionada bajo las dos tenazas de Rusia y América. Rusia y América son, desde el punto de vista metafísico, la misma cosa: el mismo frenesí en la organización desarraigada del hombre normal. Cuando hasta la última pequeña esquina del globo terráqueo se hace explotable económicamente y en el tiempo que prosigue ha desaparecido el ser-alli de todos los pueblos, entonces las preguntas: ¿'Con qué objetivo?' '¿A dónde vamos?' y '¿Qué sigue a continuación?' estarán siempre presentes y, en la forma de un espectro, cruzaran toda esta superchería."
Martin Heidegger, Introducción a la Metafísica

En las campiñas francesas, la gigue ni la sardana ya no se danzan mas en las fiestas. El jukebox y el flipper han colonizado los últimos refugios de la cultura popular. En un instituto alemán, un joven de dieciocho años acaba de morir de sobredosis, acurrucado al fondo de un cuarto de baño. En el suburbio de Lille, treinta malienses viven apiñados en una bodega. En Bangkok o en Honolulu, podéis comprar, por cinco dólares, una niña de quince años. "Y no es prostitución porque toda la población lo practica," dice un folleto turístico norteamericano. En un barrio de México, una firma norteamericana de producción de tablas de surf ha echado a un centenar de obreros. Houston estima que es mas rentable instalarse en Bogotá...

Tal es la cara odiosa de la civilización, que con una lógica implacable, se impone en todos los continentes, arrastra las culturas a un mismo modo de vida planetario y engulle las contestaciones socio-politicas de los pueblos que son sometidos a las mismos hábitos. ¿Que sentido tiene gritar Yankees go home cuando se llevan vaqueros? Para Konrad Lorenz, esta civilización encontró algo peor que el control o la opresión: inventó la "domesticación fisiológica". Y en forma más eficaz que el marxismo soviético, realiza una experiencia social tipica del fin de la historia. Con el objetivo de garantizar por todas partes el triunfo del tipo burgués, al final de una dinámica homogenizante y de un proceso de involución cultural.

Esta civilización que atrapa hoy a los pueblos de Asia, África, Europa y América Latina, debemos llamarla por su nombre: es la civilización occidental.

La civilización occidental no es la civilización europea. Ella es el fruto monstruoso de la cultura europea, de la que ha tomado su dinamismo y su espíritu de empresa, pero a la que se opone básicamente, y de las ideologías igualitarias resultantes del monoteísmo judeocristiano. Se realiza en América que, inmediatamente después de la segunda Guerra Mundial, le dio su impulso decisivo. El componente monoteísta de la civilización occidental es claramente reconocible en su proyecto, idéntico en sustancia a aquel de la sociedad soviética: imponer una civilización universal fundada en la primacía de la economía como forma de vida y despolitizar a los pueblos en benéfico de una "gestión" tecnocratica mundial.



Conviene distinguir a la civilización occidental del sistema occidental, este ultimo designa la potencia que permite la expansión de aquella. El sistema occidental no puede, por otro lado, describirse bajo las características de un poder homogéneo ni constituirse como tal. Se organiza en una red mundial de microdecisiones, coherente pero inorgánica, lo que le hace relativamente imperceptible y, por consiguiente, más temible. Reagrupa notablemente a los medios financieros de la OCDE, los Estados Mayores de un centenar de empresas transnacionales, un fuerte porcentaje del personal político de las naciones "occidentales", las esferas dirigentes de las "elites" conservadoras de los países pobres, una parte de los cuadros de las instituciones internacionales, y a la mayoría de los jefes superiores de las instituciones bancarias del mundo "desarrollado".

El sistema occidental tiene su epicentro en Estados Unidos. No es de esencia política o estática, mas bien procede por la movilización de la economía. Rechaza los Estados, las fronteras y las religiones, su "teoría de la praxis" reposa menos sobre la difusión de un corpus ideológico que en una modificación radical de los comportamientos culturales, orientados hacia el modelo americano.

Pero quien piensa en "Occidente" piensa inmediatamente en el "Tercer mundo". Se dice que fue Alfred Sauvy quien creó ese término, poco después la conferencia de los países no-alineados en Bandoeng, en 1955. ¿Pero, el Tercer mundo existe?

El leninismo soviético en realidad conoció el concepto de Tercer Mundo antes que el termino existiese. En el Imperialismo, ultima etapa del capitalismo (1916), Lenin funda la doctrina que inspirara la política exterior de la Unión Soviética: utilizar a los países pobres como arma contra el capitalismo mundial, haciéndoles objetos de la historia de la revolución. Idéntica en eso al liberalismo occidental, la ideología leninista subordina la independencia de los pueblos a su proyecto universalista. El leninismo, que es un occidentalismo en el fondo, no reconoce las alteridades nacionales y solo concibe el nacionalismo de los pueblos extraeuropeos como un instrumento provisional al servicio del mismo proyecto que aquel del occidentalismo: una civilización mundial homogénea y fundada en la economía.

El mismo Karl Marx anuncia ese parentesco que existe entre el leninismo y el liberalismo occidental. En The British Rule in India y en The Future Results of British Rule in India (1853), celebra que "la dominación británica haya demolido completamente el marco de la sociedad india" y que "esta parte del mundo, que hasta entonces seguía siendo inferior, en adelante haya sido anexada por mundo occidental". ¿Ya que peor obstáculo para el "socialismo" que las sociedades tradicionales?. ¿Georges Marchais no dijo que el ejército soviético había invadido Afganistán para suprimir el derecho de pernada?

¿El Tercer mundo englobaría entonces a todos los pueblos que, renunciando a su identidad cultural propia, serian candidatos a la occidentalización, como los proletarios al aburguesamiento? ¿Si es preciso alimentando un resentimiento contra su modelo? La fuerza del sistema occidental, objetivamente cómplice en esto del proyecto leninista, es que el deseo de asimilación triunfa siempre sobre el resentimiento: por lo tanto, el Tercer mundo no le amenaza.

Para el venezolano Carlos Rangel, "la esencia del tercermundismo no es la pobreza ni el subdesarrollo," sino "un descontento que no impide el disfrute de una forma de vida al estilo occidental, ni incluso la posesión de una riqueza notable" ("Pourquoi l'Occident est en train de perdre le Tiers-Monde", en Politique internationale, primavera de 1979). Para Carlos Rangel, "pertenecen al Tercer mundo los pueblos que, aunque muy diferentes, comparten el mismo sentimiento profundo de alienación y antagonismo hacia los países no comunistas que progresan, y que se encuentran con relación a estos últimos en una posición similar a la de poblaciones de color en una sociedad donde el poder esta en manos de los blancos."

Esos pueblos, dice Carlos Rangel, no se sienten "miembros fundadores del club que se llama civilización occidental." Incluso Japón o España, y al límite Francia, "nunca se integrarán en la sociedad capitalista occidental como Nueva Zelanda que pertenece culturalmente a la fuente donde el capitalismo dibujó su impulso", es decir "la hegemonía anglosajona instaurada por Inglaterra y luego por Estados Unidos." Carlos Rangel añade: "inexorablemente, la dificultad para identificarse con la fuente original de las ideas y con la sede actual del poder es causa de ansiedad y descontento nacional".

La pertenencia al Tercer Mundo o a la civilización occidental deviene, pues, en un hecho cultural.



Es el planeta entero quien viene a experimentar un complejo de identidad. Como la igualdad siempre proclamada y jamas alcanzada, el modelo occidental oculta una lógica de alienación. La civilización occidental se presenta explícitamente como un conjunto puramente económico donde el principal criterio de pertenencia seria el nivel de vida, sin embargo, esta civilización implícitamente se da una estructura jerárquica de dos niveles culturales: los miembros del "club" y los "otros", que no serian mas que semi-occidentales y que nunca entrarían al "club." ¿Porque? Porque no pertenecen al mundo anglo-americano, que se piensa a si mismo como el epicentro de Occidente.

Por eso, la civilización occidental, a causa de su dominante angloamericano, rechaza toda identificación con la cultura europea, notablemente por los componentes latinos, germánicos, célticos o eslavos de esta ultima. Pero esta dicotomía implica una realidad profunda: en la medida en que la civilización occidental expresa plenamente el proyecto norteamericano y en tanto que América se ha construido sobre un rechazo de Europa, la esencia de la civilización occidental, es la ruptura con la cultura europea, de la que se venga reduciéndola al etnocidio cultural y a la neutralización política.

El neocolonialismo occidental, que se manifiesta en todos los partidos del mundo, de Irlanda a Indonesia, se basa esencialmente en la ideología liberal americana, aquella que es impuesta por las organizaciones internacionales. No terminaríamos de enumerar los pueblos cuyas formas propias de gobierno fueron destruidas en beneficio de una "democracia" destinada a integrar esos pueblos al orden económico occidental y mercantil. El neocolonialismo ha instaurado la peor de las dependencias y asesinado la primera de libertades, que consiste, para un pueblo, en gobernarse según su propia concepción del mundo. Y son las burguesías locales, formadas por Occidente, que se hacen instrumento de esa desposesión político-cultural (1).

Es sobre la idea misma del desarrollo económico del Tercer Mundo que debemos poner nuestra sospecha. En efecto, este concepto presupone que los pueblos del Tercer mundo deben necesariamente seguir el camino de la industrialización occidental. Ahora bien, eso coincide singularmente con el deseo liberal de la división internacional del trabajo y de la especialización económica de las zonas, indispensable para el capitalismo moderno de libre comercio planetario. ¿Y que son esos camuflajes doctrinales y humanitarios (el "derecho al desarrollo") que predican la industrialización del Tercer mundo? Los que defienden los intereses de un sistema económico para el cual un comercio industrial mundial en crecimiento es tan necesario como el agua de mar tibia lo es para los bancos de caballas (2).

En sucesivas ocasiones, François Perroux puso de manifiesto que el "nivel de vida global" de los países "en vías de desarrollo" era menos elevado que el que se alcanzaba en las sociedades tradicionales. Contrariamente, los países más pobres o las zonas menos industrializadas conocen un "nivel de vida" real superior a esto que las cifras de la OCDE pueden dejar creer (3). Y hasta ahora, los Estados Unidos fueron los únicos verdaderos beneficiarios de la industrialización de Asia, África o América del Sur.

Pero es necesario no engañarse, la industrialización del planeta es irreversible. La parte del consumo de Asia o de América Latina no deja de crecer. Mas bien, es la forma de esa industrialización, librecambista y sumisa al modelo de desarrollo occidental, la que es criticada aqui. En la medida en que todas las estructuras industriales se parecen, los modos de consumo se uniformizan y se americanizan. Además si esta forma de industrialización es un factor de "desarrollo" para ciertos paises, ella es la causa de graves desequilibrios y de subdesarrollo para numerosos otros países: "las cuatro quintas partes de las exportaciones industriales de los nuevos países, escribe Jean Jean Lemperière, provienen de unos pocos nuevos paises: los cuatro países talleres del Extremo Oriente, la India, los tres grandes países de América Latina e Israel" (Le Monde, 22 de enero de 1980)

Por último, una economía industrial mundializada será de una extrema fragilidad ante las crisis por la red de dependencias que teje entre las naciones.





En respuesta, las ideologías "etnonacionales" pueden perfectamente ayudar a algunos pueblos a liberarse del neocolonialismo occidental. Esas ideologías aparecieron en Europa al inicio del siglo XIV (4) y ya se oponían un universalismo temible, el del poder eclesiástico. Apelaban a la constitución de un Estado laíco que coincidiese con la nación y se referían al mito movilizador del antiguo imperium romano. Reanudadas por Fichte y Herder en el siglo XVIII, las ideas etnonacionales dieron una contestación radical frente las ideologías universalistas e individualistas, y desempeñaron un papel importante en los movimientos de liberación nacional, en los siglos XIX y XX.

En México, país duramente golpeado por los Estados Unidos, asistimos a la edificación, tanto por el Estado como por el pueblo, de un nacionalismo original, fundado sobre la regeneración de una consciencia histórica que encuentra sus fundamentos específicos en las culturas indígenas. Un nuevo pueblo se crea así, liberado de la historia "occidental" y que piensa su destino a partir de una recreación de su pasado. Hermosa lección para nosotros, Europeos, que más allá de ese "occidente cristiano" en el cual no podemos ya reconocernos, debemos también reconsiderar nuestro destino encontrando los fundamentos específicos de nuestra cultura, construyendo un mito indoeuropeo.

En África, la adaptación de la ideologia etnonacional es también exitosa, pero bajo una forma menos política e histórica que tribal y comunitaria: "El valor de la cultura africana no esta ligado a ciertos fantasmas o a complejos rechazados frente a los cánones de la belleza griega, dice, no sin malicia, el cineasta senegalés Sembène Ousmane" (Jeune Afrique, 19 de Septiembre de 1979). La búsqueda de la autenticidad, la elección de los patronímicos y el retorno a las costumbres patriarcales tradicionales combatidas por el cristianismo y las Naciones Unidas, no pueden sino hacer sonreír a los imbéciles y a los cabrones.

En cuanto al nacionalismo islámico, constituye la más feliz contestación jamas infligida a la utopía civilizadora del modelo americano. Pone en entredicho la idea occidental del crecimiento comercial y de la primacía del desarrollo económico, rechazando al mismo tiempo al marxismo, precisamente considerado como factor de desculturización y, circunstancialmente, como instrumento del neocolonialismo soviético.



Es también gracias al despertar de una conciencia nacional que China pudo reducir el efecto masificador del marxismo, y operar así un sincretismo probablemente positivo entre las ideas venidas del Oeste y la continuación de su destino de pueblo-continente. Ella adaptó sus estructuras ancestrales de gobierno y constituir, "contando con sus propias fuerzas", una potencia histórica independiente del magma occidental como del bloque soviético. No sin buenas razones China experimenta la necesidad no ya de llevar solamente el papel de protagonista de la historia, sino de enfrentar a los dos universalismos, el Occidente americano y el "sovietismo" ruso. En este juego a tres donde no puede aliarse sino a su contrario -ayer la Unión Soviética, hoy los Estados Unidos- tiene necesidad de que vean en ella una protagonista-socia. Esta es la razón por la que, hace un llamado a Europa, incitándola a salir de su letargo, a volver a entrar en la historia, a reconquistar su libertad.

Como China se ha liberado del "sovietismo", Europa debe, en efecto, liberarse de Occidente y reapropiarse las ideas etnonacionales que ella creó.

Liberarse de la civilización occidental, es comenzar por dudar de la idea de solidaridad del bloque occidental impuesta al África como a Europa o Japón. Ya que es necesario distinguir bien, en geopolítica, las solidaridades efectivas y las solidaridades reales, es decir, a la vez deseables y conformes a los intereses históricos de los pueblos en cuestion. Occidente y el bloque soviético solo constituyen conjuntos de solidaridad efectiva. Polonia o Alemania Federal, como Chile o Afganistán, no se insertan en conjuntos de solidaridad real.

Ahora bien, la izquierda "tercermundista" y la derecha "occidentalista" actuales refuerzan, por los conceptos instituidos por su vocabulario ideológico, este statu quo mundial de bloques de solidaridad efectiva. Una nueva geopolítica debe comenzar partiendo de nuevas definiciones.

Occidente o el Tercer Mundo deben desaparecer como conceptos geopolíticos. Debemos hablar, mas bien, de Europa, Estados Unidos, Hispanoamérica, de la Unión Soviética o de la India. Repensar el mundo en términos de conjuntos orgánicos de solidaridad real: de comunidades de destino continentales, de grupos de pueblos coherentes y "óptimamente" homogéneos por sus tradiciones, geografía y componentes etnoculturales.

"La nación," escribe François Perroux, "realidad viva y dinámica, deviene en una de las fuentes de energía esencial para reestructurar la sociedad mundial y su economía (...) Los rurales se coagulan en naciones armadas, en imperios, en comunidades vacilantes e intentan económicamente formar regiones de naciones (Bertrand Russel). Esas reuniones no son ni totalmente cerradas, lo que es imposible, ni totalmente acogedoras (...). En esas asociaciones de naciones, serán necesarios proyectos colectivos de infraestructura, inversión, difusión de los productos y las rentas. Es en la medida en que las naciones, testigos y defensores de los pueblos, favorecerán esta desconcentración de los poderes económicos y esta descentralización de sus efectos, que se creara una reciprocidad particular en el desarrollo que no se construye espontáneamente por el juego de los intereses privados" (Le Monde de l'économie, 9 de octubre de 1979).

Esas asociaciones de naciones son posibles geopolíticamente, y romperían el marco estratégico económico actual. Cada gran región planetaria podría así ver coincidir en su espacio de vida un relativo parentesco cultural, una comunidad de intereses políticos, una determinada homogeneidad étnica e histórica, y factores macroeconómicos que harían posibles a largo plazo un desarrollo autónomo sin hacer recurso a la mendicidad internacional (5). Un nuevo nomos de la tierra, para retomar la expresión de Carl Schmitt, podría así ver la luz, fundado sobre una sociedad de comunidades y no sobre una pseudo-comunidad de sociedades.

Se dirá erróneamente, que las culturas no podrán comunicarse más entre ellas. Realmente ocurre lo contrario. Al comunicarse entre ellas por medio del referente común que es la civilización occidental, las culturas establecen, en realidad, una pseudo-comunicación. Este referente común enajena, en efecto, la personalidad del que lo utiliza. El significando (la lengua cultural occidental) substituye al significado (la cultura local que intenta explicarse por medio de la lengua occidental). Resumidamente, los pueblos se conocen cada vez más mal, las culturas no se comunican ya y no llegan a enriquecerse porque utilizan a un esperanto infra-cultural que pertenece a todo el mundo y a la vez a nadie.

Comulgando en los mismos términos lingüísticos, de indumentaria, alimentarios, etc., los hombres no pueden percibir más las especificidades de los otros hombres, cuando éstas existen aún. Un italiano en Tailandia que va a utilizar el inglés, descender en un hotel internacional, solo verá de los tailandeses un folclore marginado. Si viaja a África y los Africanos con quienes se codeará serán "trajes" (hombres occidentalizados), según la sabrosa expresión del jurista de Costa de Marfil Badibanga. ¿Qué conocerá del hombre africano?

Al contrario, cuando Marco Polo fue a China, la comunicación fue real y fértil a pesar de la ausencia de un referente común, y la influencia de la cultura china fue notable más tarde en Europa. Las culturas son inconmensurables, no pueden entenderse desde el interior, pero pueden influirse "sobre las franjas" y sacar provecho de los contactos, pero no de las mezclas. La idea de la interpenetración de las culturas, o la ilusión mecanicista de una suma universal "de lo mejor" de las culturas, idea defendida notablemente por Léopold Senghor, no puede sino dar lugar al empobrecimiento de todas las culturas, y al refuerzo de la lengua infracultural occidental. Lengua alienante porque no se basa en el sustrato antropológico de pueblo alguno, y por eso, no transmite ningún sentido.

Para Martin Heidegger, el termino de occidental no traduce la esencia de Europa. Él prefiere emplear una palabra enigmática, lo hesperial, para calificar la esencia de la modernidad europea, o mas exactamente, su posible futuro, su virtualidad. El advenimiento del hespérial supone entonces, en Europa, la muerte de lo Occidental.


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NOTAS

1 - Ver los estudios realizados por el africanista Hubert Deschamp sobre la destrucción de las formas culturales de gobierno africanas por la "democracia", notablemente los sistemas de anarquía equilibrada propios de algunos pueblos americanos.

2 - Es interesante notar que a pesar de las posiciones teóricas de los economistas marxistas, los países socialistas practicaron frente al Tercer Mundo el mismo mercantilismo económico que los países capitalistas. La practica económica exterior del socialismo es capitalista y mercantil.

3 - Ver "La faim n'est qu'une conséquence" de Daniel Joussen (Le Monde, 29 de diciembre de 1979).

4 - En 1300, Pierre Dubon, jurista de Felipe el Hermoso, preconiza la abolición del poder papal y eclesiástico. En el siglo XIV, en Francia e Italia, los intelectuales ven a la nación estática como un marco político para los pueblos europeos y exaltan la idea del poder nacional. Estos temas serán reanudados por Petrarco y Maquiavelo, que se inspirarán también en Marsilio de Padua, teórico, a partir de 1342, del Estado laico autónomo y de la substitución por el nacionalismo político de la idea teocrática.

5 - Para algunos economistas liberales, la ayuda a los países subdesarrollados debería obviamente limitarse a una ayuda a las empresas que invierten en estos países. "Al hacer beneficiar a la industria de la ayuda al Tercer mundo, decía un alto funcionario francés, se hará finalmente beneficiar al Tercer mundo de la ayuda a la industria..."

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-Mami, ¿por qué el 80% de los que ven las noticias de la FOX creen que Irak tuvo algo que ver con Septiembre 11?
-Porque son unos p**** estúpidos, querida.


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